PARA INÉS
DE JOSÉ LUIS CAMPAL
Y
AURORA SÁNCHEZ
Nuestro parnaso
contemporáneo está desgraciadamente lleno de nombres injustamente olvidados. Y
entre ellos no me cabe duda alguna de que los de algunas poetisas del siglo
pasado se llevan la palma. Porque es increíble que a muchos lectores no les
diga hoy nada o casi nada –o lo que es más triste, que se sonrían poco
elegantemente cuando se menciona, por ejemplo, a Gloria Fuertes, grande
donde las haya– el de una exquisita y hondamente humana escritora bilbaína
llamada Ángela Figuera Aymerich (1902-1984), que hizo una obra de conciencia solidaria y
de vindicación del lugar de la mujer en el tiempo que le tocó vivir. Como ha
escrito José R. Zabala, «en la poesía de Ángela encontramos la voz
de una mujer sincera, consciente de su papel y de su función, que escribe para
que le entiendan, que desea llegar a sus lectores». A la obra de Figuera, integrada por
libros como Mujer de barro (1948), Los días duros (1953) o Cuentos tontos para
niños listos (1979), pertenece esta «Nana del niño goloso»:
Arrorró, mi niño,
que la noche llega.
Arrorró, mi niño,
con su capa negra...
Si te duermes pronto,
todas las estrellas,
dulces caramelos
de limón y menta.
¡Oh, qué gran merengue
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